Juan Bolea, Escritor y periodista08/05/2012
Viajando estos días en tren por la ruta de La Plata he vuelto a ver al guardavías, con su banderín y su gorra, y a revisores como los de antes, de los que recorren lapicero en ristre los vagones saludando a los viajeros por su nombre.
Un escritor aragonés recientemente descubierto por el sello Mira Editores(José Manuel González, "Sin franqueo") está preparando una novela con ese tipo de ambientaciónvintage, algunas de cuyas pinceladas de época siguen vigentes hoy en la red secundaria de ferrocarriles españoles. Los que estamos mal acostumbrados a las comodidades del Ave agradecemos ese toque de pintoresquismo y humanidad.
Al hilo de esta metáfora, algo así ha sucedido en Francia con esa locomotora del poder en que se había convertido Sarkozy. Un probo maquinista y revisor, Hollande, le ha apeado del tren de alta velocidad por el sencillo sistema de pedirle el billete y comprobar que no iba sentado en la primera clase del viaje anti--crisis, correspondiéndole el furgón de cola de los dirigentes que han dejado de serlo por no haber sabido combatir el paro ni animar la recuperación económica.
Al comprobar de qué inesperada manera Sarkozy se apeaba en la estación electoral, y se alejaba cabizbajo por el andén, Mariano Rajoy se ha palpado los bolsillos de la americana a ver qué tipo de billete llevaba, y si estaba sentado en el vagón correcto. Atentamente, el revisor Hollande le explicará que si sigue recortando el precio del billete puede que no llegue a fin de mes, o de legislatura. En tal caso, será Rubalcaba quien le chequee el asiento.
Los franceses, alertados por las agresiones a las conquistas sociales, hartos de la prepotencia de Sarkozy, de su estilo de vida y de su compadreo con una señora Merkel que cada vez hace más méritos para apearse del tren de Europa, se han quitado de en medio a su pequeño Napoleón en menos que canta un gallo. El pueblo, que lo es en tiempo real, ya no concede oportunidades a nadie. O el gobierno funciona o se les manda un revisor y se les cambia de coche. A ver cuánto dura Merkel. A ver cuánto dura Obama.
Para España, Hollande puede ser una referencia para el desnortado Rajoy y, quizá, un cambio de rumbo en su política económica. Para el PSOE, agua bendita. Para Aragón, ojalá, un impulso a los pasos fronterizos del Pirineo, particularmente a los de un tren en el que, de una vez, nos gustaría viajar con los franceses.
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